miércoles, 29 de marzo de 2017

ES MUSS SEIN. TENÍA QUE SER.

Hace tres años y un día me fui a Alemania a trabajar como enfermero y parece que nunca estuve allí, la mente se acostumbra rápido a los cambios y los días pasan como la caída hacia un precipicio que no tiene fin. No es que tenga vértigo al paso del tiempo, es que los automatismos rigen mi vida y pierdo el control de los sucesos, es complicado parar y sentirte ingrávido. Llaman madurez a la capacidad de superar obstáculos y al saber discernir entre lo trivial y lo profundo de las cosas. Pero, ¿Qué es lo profundo de las cosas?

Abro los periódicos, veo la televisión, escruto las redes sociales en busca de algo de sentido común y de una hendidura por la que se filtre la libertad, que ingenuidad por mi parte. De un tiempo a esta parte hay que medir cada palabra pronunciada o escrita si no quieres ser señalado con el dedo. Y qué pasa cuando no eres imparcial, pues puedes recibir toda clase de improperios de forma gratuita sin el mayor de los remordimientos. Como en Salem, no hay ningún tipo de restricciones para ser juzgado y quemado en la hoguera sin valorar tus opiniones de forma exhaustiva y empática. En la sociedad de las modas el creyente es un iluso y un fanático, el que no vota a Podemos es un fascista, el que come carne es un sádico, el que piensa que las mujeres son diferentes (deben tener los mismos derechos y deberes, puntualizo) es un machista y así una sucesiva de interminables cuestiones que voy a dejar de enumerar.

Me da pena, mucha pena que el vacío moral que ha dejado la religión (gran parte de la población es atea o no practicante) se haya digamos llenado con el sectarismo de las modas.  Me explico, nos encontramos en un momento de la historia rupturista con las viejas costumbres y valores, el problema es que no hay donde agarrarse. Las ideas se venden como la imagen o como cualquier producto perecedero. La gente de a pie no posee mecanismos para encontrar un sentido a sus vidas en esta amalgama confusa donde la sobreinformación y la manipulación van unidas de la mano. Existe un proceso de desmantelamiento del yo y un debilitamiento del individuo como medio de amansar a las masas y reducir las pocas posibilidades del progreso humano colectivo. No solo me refiero  a derechos laborales y bienestar sino a términos de libertad absoluta. Claro está que  ésta es una utopía y más en este tipo de sociedades superpobladas y jerarquizadas en las que vivimos. Si me tuviera que posicionar ante alguna ideología, diría que soy anarquista, aunque por supuesto no radical, no quiero cambiar el mundo con actos violentos y sé que necesariamente debe haber un orden debido a la sobreexplotación de los recursos  y la interconectividad  patente de este mundo globalizado.


Y así nos encontramos otra vez con la idea del eterno retorno, que bien prodigaba Friedrich Nietzsche. Donald Trump gana unas elecciones, la extrema derecha coge fuerza en Europa y los populismos de izquierda también. Otra vez la misma melodía. Otra vez se confunde el progreso con la tecnología y la libertad con el libertinaje. Se degrada a la mujer cada día con Burka y sin ropa, se pierde el tiempo con debates fútiles de Drag Queen crucificados y autobuses naranjas. Y yo me río mientras veo un partido de fútbol, no es un poco paradójico.