domingo, 28 de febrero de 2016

ERNESTO SUÁREZ

En el parque de Mofragüe una hilera de buitres descansan sobre un afilado y blanquecino saliente, contemplando los brazos  turquesas del parsimonioso  Tajo. Dos ninfas corretean bajo la espesura de fresnos y chopos; la tarde es calurosa y seca, propia del estío, el aire es plomizo y las cigarras buscan el amor impulsivamente, ajenas a tanta quietud.

Diego de Ribera apura en una venta un vaso de  vino peleón  y da justo fin a un contundente y abundante plato de migas extremeñas. Todo está preparado para partir hacia Sevilla, puente intermedio entre las indias y sus sueños; las alforjas están  llenas y los caballos ensillados. Semanas más tarde, en el cabo de Palos se embarcan doscientos soldados con sus bocas repletas de caries, sus cabellos grasientos  y sus hirsutas barbas. Se lanzan las carabelas al inhóspito océano Atlántico, las cruces los amparan de las sirenas y de las oscuras profundidades del siempre hambriento  y caprichoso  Poseidón. El viaje es plácido y el viento favorece sus designios,  hasta las ratas conservan un estado de calma que les aparta de la ansiedad por mordisquearlo todo y propagar enfermedades. No hay motines  y toda la agresividad sexual se concentra y se almacena para el nuevo mundo; un arsenal de bacterias, biblias y pólvora  junto a la codicia y la avidez son buenas razones para creer en la victoria.

Un golpe húmedo y bochornoso los recibió en Veracruz, ciudad fundada por el excelentísimo Hernán
Cortés, por fin podían ir en busca de metales preciosos y vírgenes asustadas, por fin podían vestirse de dioses crueles y sin moral; con los indios no hay piedad, ni existe la palabra empatía, son animales con forma humana. Diego de Ribera escruta cada palmo de selva, cada cordillera, cada río, cada playa, dejando tras de sí un reguero de dolor, confusión y venganza; mezclando cromosomas, enfermedades, prejuicios y esperanza. Diego murió de disentería, rico y mezquino, ignorante de haber influido en tantas pequeñas historias, ignorante de haber cambiado tantas pequeñas vidas.

El padre Anselmo celebra su setenta cumpleaños rodeado de sonrientes niños de piel tostada; cantan canciones, y hacen aguadillas en las turbias pero reposadas aguas de un pequeño lago. Anselmo abandonó España hace casi más de cuarenta años; de ideología marxista, encontró en El Salvador un lugar en el mundo donde poner en práctica sus inquietudes, su amor a Dios, a la vida y a la justicia. Él nunca se casó con la Iglesia de Roma, por esta razón creyó que su destino no se encontraba en la pequeña parroquia burgalesa de Covarrubias, sino en ultramar. El padre Anselmo cree que Dios es todo y que se encuentra en los átomos de cada ser vivo y en la materia inerte. Cree en la evolución del hombre hacia la igualdad social, cree que la vida son pequeñas luchas individuales y que la felicidad y el progreso se alcanzarán con la libertad colectiva. Es un niño cargado de utopías o quizás un loco con sotana; puede que un visionario, pero jamás se podrá poner en duda su labor educativa  y su humanismo. Sus actos se perderán como los de tantos otros seres que han iluminado y llenado de esperanza esta caótica esfera.

Ernesto Suárez y su pandilla de forajidos huyen de la ley  y van a parar al  pequeño poblado de  Santa Mónica, en las profundidades de la selva. Portan armas y caras de pocos amigos, están sedientos, cansados, hambrientos y rabiosos. Lupita corre a avisar al padre Anselmo; todos se guarecen en sus humildes chozas debido a la llegada de estos peligrosos extraños. Tras una corta discusión una bala impacta sobre la sien del padre, provocando el súbito desplome  de su cuerpo en el barro. Un convite desagradable se acerca y la historia se repite, el mestizo Suárez, un contrabandista sin escrúpulos, se alimenta de la inocencia de estas pobres indígenas. Mientras tanto, sus secuaces abren fuego y dan caza a sus maridos ante la atenta mirada de unos horrorizados y perplejos niños. Sin saberlo Ernesto alimenta el insaciable molino de la venganza, que gira y gira sin descanso. Sin saberlo  ha escrito las mismas líneas que Diego de Ribera; no lo sabe, empero es hijo de un largo linaje de conquistadores. No es consciente de que el padre Anselmo contiene su sangre, que todo comenzó en Lerma y en Veracruz, que ambos provienen del polen que transportó los vientos y que la muerte los volvió a unir; que uno apretó el gatillo y otro pintó el muro de sangre. Ernesto, tu historia está en la biblia y es más antigua que el diluvio, es la historia del fratricidio, es la historia que nunca deja de repetirse.


Todos los derechos están reservados ©. Diego Torres 2016.

miércoles, 24 de febrero de 2016

FRANCIS HINAULT

Es asombroso como la calima te invade los pulmones lentamente, de forma implacable y silenciosa. El desierto te engulle al ritmo de Frédéric Chopin; un avión sobrevuela un mar de cenizas suspendidas y yo estoy aquí junto a la ventana viendo como los pescadores al término de sus labores  llegan a tierra y con suma paciencia remiendan sus redes.

Mi abuelo Antonio Moreno tenía una pequeña casa en Aguamarga  donde todos pasábamos las vacaciones en familia tras los fríos y largos inviernos parisinos.  Mi familia abandonó España en los tiempos del estraperlo, el tifus, los piojos y las cartillas de racionamiento; la pesca era escasa y las divisas inexistentes, por lo que mi abuelo y mi abuela emprendieron un larga marcha en tren hacia Francia. Dejaron el aroma salino a sus espaldas, los amaneceres soleados, dejaron varada su barca sobre la sedosa y dorada arena de la playa, la dejaron portando dos pequeñas maletas cargadas de miedos. Yo sé que parte de ellos murió ese mismo día, podía verlo en sus ojos en cada viaje de vuelta o cuando abríamos su amarillento álbum de fotos.

Esta maldita tos me está matando y a pesar de ello sigo fumando; no hay retorno, los coágulos nacen dentro de mí como los champiñones en el estiércol y mi diagnóstico es tajante: Cáncer de Pulmón. El médico me dio unos meses de vida, me aconsejó que me olvidara de tratamientos y le sorprendió que no hubiera acudido antes a realizarme pruebas debido a mi pésimo estado de salud. Yo le dije que llevaba muriendo poco a poco mucho tiempo, quizás años.

Todo comenzó aquella noche cuando María y yo hicimos el amor en la playa de los Escullos; era 1990 y en los pueblos imperaban el pudor y el qué dirán, cosa que no es sorprendente tras tantos años de autarquía y hermetismo cultural. Ese verano fue el más especial de todos, no sólo por los grandes momentos que viví junto a María, sino porque fue el último que pasamos en familia. Mi abuelo falleció unos meses después de un infarto de miocardio y a mi abuela se la llevó seguidamente la neumonía y la tristeza. Mi madre vendió la casa y por consiguiente dejamos de veranear en ese pequeño reducto de la virgen y por entonces despoblada costa de Almería. María quedó embarazada ese verano y tras varias angustiosas misivas decidimos (bajo mi presión) que viajara a Paris a escondidas  para  practicarse un aborto. Cuando todo terminó ella tenía la piel muy pálida y la  mirada perdida, como si estuviera ausente, no había rastro de esa inocente y alegre sonrisa que normalmente dibujaban sus carnosos labios. Jamás volví a verla, ni a sentirla, ni a besarla. El remordimiento nos alejó, dejé de escribirle, intentaba mantenerme ocupado en mis estudios de derecho y ciencias políticas para olvidar tan  desagradable suceso. Llegué a culparla, a odiarla incluso, mi ansiedad crecía como una escalera de caracol sin fin y tan sólo la actividad, el alcohol y el tabaco podían calmarla. Jaime me llamó por teléfono aquella tarde del nueve de Febrero, el cadáver de María fue encontrado en la playa de los Muertos en Carboneras, llevaba varios días desaparecida; no había signos de violencia y la policía descartó el asesinato. Una sensación de angustia y más tarde de sosiego se apoderaron de mí. Cientos de imágenes se agolpaban en mi cabeza: su cadáver flotando entre las rocas, su piel y sus rosados pezones, sus hermosos silencios, los granizados de café, su fantasmagórica presencia tras el aborto, nuestros paseos en barca por la cala del Plomo y el olor perfumado de sus cartas. Sí, yo también me suicidé aquel día, desde entonces vivo con la náusea de Sartre y bajo los principios del existencialismo más salvaje.

Han pasado veinte años y miles de escenas y aquí estoy de nuevo frente al mar, en Aguamarga, donde todo empezó y donde todo acabará, frente a esa masa de agua que todo lo engulle, ante ese enorme monstruo inocente y feroz, caprichoso y generoso, que nos ilumina y nos hace más humanos. Recuerdo las curtidas manos de mi abuelo, sus acertadas predicciones sobre el tiempo, el brillo de sus ojos ante una captura, su amor a la vida, a su barca y a su esposa. Siempre admiré y envidié a ese tipo de hombres sencillos que aman lo que hacen, esos hombres y mujeres atemporales, eternos, libres y sabios.

Estoy sólo en este mundo y mi hora se acerca. No creo en la justicia ni en la divina providencia, tampoco en el karma, mis ideales murieron el día que recibí esa llamada, murieron cuando sentencié a muerte al ser más bello de la faz de la tierra.  Estoy divorciado, mi alcoholismo, mis devaneos y  mi licenciosa vida me  han alejado de mi hija para siempre. Ese candoroso angelito que sin culpa alguna ha heredado el fruto de la infelicidad y la bilis de mis entrañas. Estoy sólo, infinitamente sólo, sentado en una silla de esparto esperando a que me lleve el viento. No sé si merezco que el mar me trague, soy un hombre cobarde. Deseo otra oportunidad, esta la perdí al Black Jack, no sé si Heráclito tiene razón, no sé si el tiempo y la vida son circulares, si en otra dimensión podré cambiar el rumbo de  los acontecimientos y redimir mis pecados. No lo sé. Quiero volver a la nada, quiero volver a empezar.


Todos los derechos reservados©. Diego Torres 2015.

domingo, 21 de febrero de 2016

LAURA

En la calle de Lavapiés se fusionan los aceitosos manjares de la cocina india con la música tribal africana, entre otras fragancias, en un crisol apetitoso de orígenes dispersos y atrayentes. Laura pide Tikka Masala, pan ácimo y una amalgama de verduras al curry, mientras Pablo desnuda con la mirada a una joven pin up que a escasos metros ríe a carcajadas a causa del curioso y exótico acento de uno de los camareros.

En la Puerta del Sol bosteza el oso del Madroño; se prepara una manifestación más contra la antiquísima monarquía de los borbones en un baño de banderas tricolores y éxtasis morado. - ¡Viva la república!- Gritan los indignados. Los hay de todas las edades: unos  nacidos bajo el báculo de Miguel Primo de Rivera,  otros bajo el breve y caótico gobierno de Largo Caballero, esos ante la atenta mirada del rígido, fino y tiránico bigote del gallego Francisco Franco, estos nacidos ante la hipnótica verborrea de Isidoro (Felipe González), el puño que alzó la rosa y aquellos ante la risa sardónica y las manos de cemento de José María Aznar, el estadista castellano, uno de los vértices de las Azores.

Laura flirtea con un helado de mango y con cierta obnubilación escucha las novedades acaecidas en el pequeño y obtuso mundo laboral de Pablo. Ese día no se encontraba con ánimo  para escuchar la narración de  pequeñas escaramuzas fútiles ni para tediosos y universales  discursos morales. Ella sufrió ya en sus carnes la pútrida guerrilla de los epítetos, los efectos secundarios de  constantes juicios comparativos y la encarnizada y ávida lucha por cubrir el amplio espectro de la soledad y el vacío mediante el arte del pisoteo y la infelicidad ajena. Ella había dejado su trabajo; una locura en los tiempos de crisis que corren, para dedicarse a lo que más amaba, el arte de la papiroflexia. De sus finos dedos nacen figuras que arrancan sonrisas a los niños y que sorprenden a adultos curiosos por la ambigua y desconcertante forma de éstas. En su pequeño taller, en su triste habitación sin ventanas, ante la exigua luz de una bombilla, se encuentran en una leja ordenados marcialmente dragones con cabellos fucsias y patas de perro, minotauros vestidos de traje y corbata,  elfos con camisetas de Iron Maiden, un barco con las frágiles alas de Ícaro e infinidad de seres de índole surrealista.  Cada sábado encontraba un hueco donde exponer sus obras bajo la magnánima sombra de un roble en el parque del Retiro y aunque su propósito no era lucrarse, no vive el pez sin agua y no hay subsidios que cien años duren y por esta razón accedía a poner precio a la belleza de su arte.

Pablo continuaba con su vehemente perorata, dibujando laberintos y espirales, creando asociaciones entre el desabastecimiento de los supermercados en Venezuela y la caída de los precios del crudo; divagando, escrutando por medio de los titulares del periódico el estado de países lejanos y empatizando superfluamente con el dolor que emana y crece de la guerra, la pobreza y la destrucción. Laura le pide encarecidamente que pare de hablar y se sustraiga de la lectura del Apocalipsis, viva  y respire por un momento el instante y el fugaz presente. Él la mira perplejo y ahíto de sus labios, de su pelo y de su cuerpo, estalla confesándole que se ha enamorado de una chica que conoció en una asamblea de Podemos y que lo mejor es finiquitar la relación que los une. Laura con una pasmosa tranquilidad encaja el dardo envenenado y le dice que su relación murió el día en qué él dejó  de ser un niño y se convertirtió en otro muerto viviente más, en otra alma que se retuerce en las lóbregas aguas del Lago Estigia, en otro esclavo de la uniformidad de las leyes y el destino. Laura se marcha del local sabiendo que una parte de ella ha fenecido. Poco a poco irán borrándose miles de fotogramas y de caricias y hasta el hijo de su voz, Laura ha conseguido uno de los más preciosos dones, amarse a sí misma y caminar por delante del miedo.


Todos los derechos reservados©. Diego Torres 2016

lunes, 15 de febrero de 2016

Luna de Sangre

Naftalina y energía discontinua,
Allí estábamos enjuagando nuestras pleuras en agua astral;
La luna de sangre nos transporta al roble
Y A los afrutados olores del vino,
Al consumo lento del incienso
Y a la catarsis que producen las llamas del fuego.

¡Oh luna de sangre! Del poroso basalto germinan frutos carnosos,
De la destrucción nace la vida: espartana, vigorosa y floreciente.
Del acero candente y las manos de Hefesto
Se forjan blasones, escudos y ducados.


¡Oh luna de sangre¡
Te adoramos, bebemos de tu soma
Y de tu unidad infranqueable e indivisible.
¡Oh luz que ilumina los ensueños, Oh maestra seductora!
Eres la reina de los mares,
Eres el clítoris erecto del universo,
La soledad vestida de seda,
La letra escarlata y  la purgadora de anhelos.

¡Oh luna de sangre!
Eres la caja de Pandora, el bocado de Adán,
Eres la testigo del ciclo del barro
Y de la maestría de los alfareros.

¡Oh luna de sangre!
Madre de cálidos brazos y amante entregada,
Sube conmigo al barco
Y acompáñame hasta el próximo acto.
La función está a punto de comenzar…

Todos los derechos están reservados©. Diego Torres 2016

viernes, 12 de febrero de 2016

Quizás Alejandro no fue Magno

Un cónico despertar se aproxima
Bajo una taza de espumosos cirros.
Partículas minúsculas  chocan, divagan
Y centellean en el espectro visible de los rayos del sol.

Extramuros comienza la fotosíntesis para algunos,
Para otros, catabolismo y destrucción.
El café está listo y la tostada se funde con la mantequilla
Mezclando sabores lejanos, como se mezclan las guerras,
Los atentados, las violaciones y los asesinatos con la sobremesa.

Una mujer se adentra en una miscelánea de fotogramas.
Disonancia cognitiva, El señor Prejuicio
Invita al miedo a una copa y juntos bailan Foxtrot
Ante la brillante retórica  de  Cicerón.
Debo padecer diplopía o quizás seamos dobles
Triples, cuádruples entes.
Quizás la palmadita sobra en la espalda,
Como los consejos y la moral elevada.
Quizás Alejando no fue Magno
Y todo es ficción y literatura,
Quizás los guiones más surrealistas
Están en la propia realidad.

Todos los derechos están reservados©. Diego Torres 2016.


miércoles, 10 de febrero de 2016

Erosión gravitacional

Un corrosivo murmullo se acantona en los armarios,
Mas en el sístole de la madrugada dibuja espirales
El fementido altar de secantes,
El ágora vestido de incienso
 Y Rodeado de uniformes trazos sujeto
A las leyes de la geometría y la termodinámica.


Entropía y espejos que refractan carencias ignotas,
Cubitos opacos flotan en un vaso de Chivas
Consumiendo brotes esquizofrénicos
De morfemas rabiosos, de imágenes contrapuestas y contrahechas.

Folie a deux en la Gran Vía:
Taxis licántropos, clochards y vino,
Cámaras, infinitas cámaras, el Museo del jamón,
Restaurantes de subsuelo y butacas llenas.

Smog ácido y continua búsqueda de melodías extintas,
De bóvedas erosionadas y frases de azucarillo;
El olor a Gallinejas mezclado con música tecno,
Escaparates, chulapos, 15M,
Párpados ateridos por el frío glacial de simples transacciones
 Y por Baños de Hedonismo deshilachado.

 Edulcórame a tientas los labios,
Sufro erosión gravitacional y estrés postraumático.
Existo sin más, sin nada porque luchar,
Como tantos otros volcanes durmientes
Jugando a dominar el arte de la papiroflexia,
Jugando al arte de vadear
La profunda fosa de las Marianas.

Todos los derechos reservados©. Diego Torres 2016


jueves, 4 de febrero de 2016

Bosques de azahar

De los luengos troncos de las palmeras
Brotan ratas de cartón y de piedra,
Ulula el viento placeres de ultramar,
Los trae consigo como abril el agua
E internet el culto a Narciso.

Aguadulce se esconde tras una espesa niebla
Y un par de universitarios beben litronas
Y fuman jureles en el espigón saboreando
Cada brizna de yerba y cada golpe de sal;
Se abren los brazos del mar con ansias de engullirlo todo:
Los raíles oxidados del poblado minero de las Menas,
el burro del tío Sebastián y sus chineras,
los bosques de azahar, el rugir de las acequias,
la espesura y el fresco aliento de las vinagreras,
la yerta mirada de un gato ante el canto de una cigarra,
el pan, la manteca y el azúcar,
 y Los hermanos Grimm versión VHS.

Némesis imparte justicia en la calle
Mientras en el dedal se dirime la soberanía catalana,
¡Qué decadente despertar!
El papel está impregnado de queroseno
Y se tambalean los triángulos.
Las balanzas marcan  con exactitud el peso
De lejanos disparos y muros ensangrentados;
Y yo sigo aquí, ajeno a tanta vendetta genética,
Buscando un tambor de hojalata
Desgastado y risueño,
Buscando manantiales puros y paisajes yermos,
Buscando alejarme del intenso sabor de los cafés
Y de  bulevares cianóticos y atestados.

*Chinera: Porqueriza, cochiquera.


Todos los derechos reservados©. Diego Torres 2016.